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Farotas de Talaigua: memorias que se bailan con júbilo

Las Farotas alimentan el corazón de la cultura caribe. Originaria de Talaigua Nuevo (Bolívar), una población ubicada en el Caribe colombiano, esta es una de las danzas tradicionales que cada año muestran la esencia del Carnaval de Barranquilla, una de las fiestas populares más emblemáticas de Latinoamérica. Con sus impetuosos movimientos y polleras incesantes, Las Farotas nos embelesan, emocionan y estremecen. Nos dejan sin palabras, con el alma alegre y con los ojos bien abiertos.

La danza representa el ahínco de los guerreros farotos que vengaron y dignificaron a sus mujeres,  abusadas en la época colonial por los españoles mientras los hombres de las tribus indígenas chimilas y farotos se iban a cazar por las noches. 

Al conocer estos vejámenes, los esposos de las mujeres fraguaron un plan, guiados por el cacique Talygua. Debían recolectar telas para elaborar la indumentaria parecida a la que usaban las señoras españolas. Poco a poco los hombres intercambiaron sus amuletos por retales de tela. Como no les alcanzaron los retales, complementaron los trajes con hojas de majagua. Cuando lograron crear los vestidos, el cacique eligió a los doce hombres más fuertes. Los demás se fueron a cazar, como lo hacían cada noche.​​​​​​​
Los guerreros elegidos debían portar esos atuendos europeos para cautivar a los españoles que llegaban a los asentamientos para violar y ultrajar a las mujeres indígenas. La estrategia funcionó: consiguieron seducirlos con sensuales movimientos y los atraparon… Los guerreros farotos vestidos de mujer mataron a varios soldados españoles; pudieron vengarse y poner fin a los abusos. Desde entonces pasaron a llamarse «farotas», puesto que se vistieron como mujeres. 
«Lo que hemos conocido gracias a nuestros ancestros, a través de la transmisión de saberes, es que de las tribus indígenas de esta zona cercana a la depresión Momposina, en Bolívar, los farotos eran los más laboriosos y bravos. En esa época la depresión Momposina era muy próspera en la ganadería, agricultura y pesca; también poseía mucho oro, el cual enviaban los españoles a Europa”, cuenta Mónica Ospino Dávila, directora de la danza de las Farotas.

Hoy, son 13 hombres quienes conforman esta danza que surgió hace más de 400 años. Y, para rememorar el momento en que fueron confeccionados aquellos vestidos similares a los que usaban las doñas españolas, ellos mismos se pintan los labios de rojo y las mejillas de manera exagerada y burlesca. Lucen largas polleras floreadas —debajo de ellas los indígenas escondieron las lanzas para atacar—, pecheras coloridas —simbolizan la depresión Momposina y su oro, algunos elementos de la naturaleza, y la visión del mundo de los indígenas—, pañuelos que cuelgan de la cintura —representan los amuletos con que espantaban a las brujas en las noches de cacería—, sombreretas colmadas de flores coloridas —la flor blanca figura la infancia vejada—, grandes aretes y sombrillas de colores vivos…
​​​​​​​También portan un buzo blanco de cuello alto debajo de la pechera que, en aquel tiempo, llamaban amansaloco, y que también era usado en sus faenas por los esclavos provenientes de África. Relata Mónica Ospino que los africanos facilitaron esa prenda a los indígenas guerreros para que pudieran completar los vestidos. Por último, calzan unas abarcas de cuero, típicas en la región Caribe colombiana. 
​​​​​​​Mónica Ospino siempre que cuenta la historia no duda en recalcar: «No es un disfraz; es una vestimenta cargada de significados históricos que los mismos integrantes hacen a mano para evocar aquel período de violencia que se convirtió en júbilo». 
 «El primer momento se llama son farotas, que es cuando saludamos y nos presentamos al público. El segundo se llama son lavada, el cual evoca a las mujeres que salían a lavar al río sin miedo, al tiempo que los hombres se quedaban en los asentamientos bailando y celebrando esa victoria y la tranquilidad de ellas. Y con el son perillero ilustramos el movimiento sensual con el que sedujeron a los españoles para defender a las féminas y derrotarlos. Allí ululamos, y ese es el momento de júbilo. Los hombres nunca bailan erguidos, siempre mantienen la postura de quien está al acecho», explica Mónica Ospino.
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 «El primer momento se llama son farotas, que es cuando saludamos y nos presentamos al público. El segundo se llama son lavada, el cual evoca a las mujeres que salían a lavar al río sin miedo, al tiempo que los hombres se quedaban en los asentamientos bailando y celebrando esa victoria y la tranquilidad de ellas. Y con el son perillero ilustramos el movimiento sensual con el que sedujeron a los españoles para defender a las féminas y derrotarlos. Allí ululamos, y ese es el momento de júbilo. Los hombres nunca bailan erguidos, siempre mantienen la postura de quien está al acecho», explica Mónica Ospino.
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Etelvina Dávila, su madre, fue quien decidió, en los años ochenta, llevar la danza de las Farotas al Carnaval de Barranquilla. 

«Yo escuchaba decir a mi madre que, cuando era joven y veía a las Farotas bailar por las calles polvorientas del pueblo Talaigua Nuevo, ella se emocionaba», rememora. «Desde entonces se enamoró de esa tradición y se empeñó en hacerla aún más visible. Fue ella quien la llevó al Carnaval de Barranquilla y a todos los espacios que fueron posibles. “La Farota Mayor”; así llamaban a mi madre. Después de su muerte, en 2011, yo me dediqué a dirigir la danza. Sé que nunca voy a superarla. Ella era única».
Mónica Ospino me cuenta que al comienzo esta danza no fue bien recibida por el público de Barranquilla, que solo veía a unos hombres de toscas facciones vestidos de mujer. «Fue un choque cultural y no la recibieron de manera positiva. Pensaban que eran unos maricas malucos bailando en la ciudad. No entendían el mensaje y no sabían que se trataba de una danza indígena fuerte. Había que coger el micrófono, contar la historia y aclarar que no eran maricas, sino campesinos, agricultores y pescadores de Talaigua Nuevo apasionados por esta danza. Al principio no fue fácil. En la actualidad, ya la gente sabe quiénes somos». 

Por su parte, Jairo Mancera, quien baila desde hace más de tres décadas, evocó esos primeros años de la llegada de la danza a Barranquilla: «Cuando comenzamos a ir al Carnaval de Barranquilla uno que otro borracho nos llamaba maricas, pero nosotros no prestábamos atención, veníamos a lo nuestro. Aunque sí fue duro y a veces tuvimos que enfrentarnos a borrachos que querían faltarnos al respeto creyendo que éramos gais. Hoy no nos pasa eso; la gente ya conoce la historia del vestuario y la danza». 
«Nosotros aprendimos esta danza mirando a nuestros abuelos», dice Jhon Carlos Mancera, líder de la danza, quien también baila desde hace más de 30 años e instruye a los más pequeños en la Escuela de Farotas Infantil y Juvenil de Talaigua Nuevo. «Esto lo llevamos en la sangre; conocemos la historia. Somos una familia. Por eso nos sentimos orgullosos y seguimos el consejo de nuestros abuelos: ellos nos decían que primero era el amor por la danza».

Mientras bailan, él es quien se encarga de mantener la energía y el entusiasmo del grupo pregonando: «Vamos, Farotas, ¡aentro!». 
La sonoridad, el baile, la teatralidad, el brío inimitable de las Farotas son alimento de la cultura caribe. Esta, como otras tradiciones, ofrece otro concepto de cultura; no como sinónimo de erudición, ni de conocer todas las artes, ni de leer todos los libros. Cultura es lo que se trae en la sangre. Cultura es la herencia, la tradición oral, los sentires y las fiestas que recibimos de los antepasados para compartir con el mundo y generar diálogos, preguntas, reflexiones que nos permitan arrebatarle al olvido lo que quiere robarse. 

Mónica Ospina deja claro que la oralidad ha sido vital para preservar esta herencia ancestral: «Somos un cordón umbilical porque mantenemos conectados la tradición de nuestra tierra natal con los jóvenes que se van a la ciudad a realizar sus estudios universitarios, para que no dejen de recordar que las puertas de esta danza están abiertas para todos. También divulgamos la historia. Por eso es muy importante la tradición oral».

«Aunque nos salgan ampollas en los pies no dejamos de bailar», asevera Luis Carlos Ávila, uno de los miembros más jóvenes de la danza. 
Las Farotas ha dejado huellas en el Carnaval de Barranquilla y en las nuevas generaciones. Antes de salir a bailar, los muchachos acuden a YouTube para ver los registros audiovisuales de los protagonistas de antaño. Recuerdan con respeto y nostalgia al fallecido Ramón Carrera, un danzante incomparable que supo llevar la tradición a los más jóvenes en Talaigua Nuevo. 
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«La danza de las Farotas hizo parte del dosier que se le presentó a la Unesco para que el Carnaval de Barranquilla fuese declarado Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, en 2003. Nuestra tradición es un aporte valioso para la cultura caribeña que fomenta el respeto hacia la mujer; algo que recalco cada vez que voy a una universidad o escuela. Seguiremos trabajando duro para mantener vivo este legado por mucho tiempo y para que el mundo entero lo conozca», subraya Mónica Ospina. 
La danza de las Farotas sigue vigente, mantiene su esencia; y no se cansa de promover el respeto hacia las mujeres, la unión de las culturas y la transferencia de saberes ancestrales para que no mueran las memorias y las tradiciones culturales de la región Caribe colombiana. Con júbilo desbordante sus polleras continúan combatiendo el olvido y convocando a las nuevas generaciones. 
Nota: esta crónica recibió el Premio Nacional Ernesto McCausland en la categoría Digital (2024). 
Farotas de Talaigua: memorias que se bailan con júbilo
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